El emprendedor

Su avaricia era tal, que las monedas iban a él por voluntad propia. Cuando paseaba por las calles, la gente escondía sus ahorros, los guardaba bajo triple candado en pesados arcones de bisabuela. Pero el dinero salía de los baúles en un estallido de virutas, atravesaba ventanas y postigos, y él se veía envuelto en una tormenta de billetes de todo tipo, monedas de plata y cobre con la efigie presidencial, viejos doblones españoles que brotaban del río desde algún naufragio imposible y tercas mujeres voladoras, que habían engullido el trabajo de toda su vida con la vana esperanza de mantenerlo a salvo.

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