Levante

15 de julio de 1939

En el barco está todo calmado, con esa calma de bamboleo que sólo marea cuando se vuelve irregular. Todos están acostumbrados, y mueven el peso entre rodilla y rodilla como si estuvieran parados sobre el centro de un subeybaja. Al menos así me los imagino aquí sentado, ante la mesita mínima de la cena y moviendo también el torso en pendulación acompasada. He de parecer negro de cabaret, pero me siento sobre una bicicleta en curvas infinitas. Y escribo. El Tres Marías corrige mi cacografía. No sé si sea buena señal, porque en clase los más tontos tendían las letras más redondas, las as casi negando su patita, las os bostezando como estúpidas. A lo mejor no tiene nada que ver; en todo caso prefiero la Remington con sus chasquidos tranquilizantes, con la insistencia metálica de que estás solo en el mundo. No me la pude traer porque no vine a escribir. Eso fue lo que les dije. Soy un empleado civil en una isla militarizada. En una cárcel. Mi madre me fue a despedir como si formara parte de la cuerda y no del personal. Mi padre no fue, porque sintió como una traición que dejara mi puesto de ingeniero petroquímico. El trabajo del futuro. Pero el Politécnico escupe tantos egresados que nos abren a regañadientes hasta los cubículos de mierda en los que se rumia el papeleo. En este nuevo empleo sí voy a poder escribir. En mi cubículo no podía, era un andar y venir de sellos y firmas y recibiste-el-memorándum y no-puedo-creer-que-no-te-dieras-cuenta-de-que-estaba-en-galones-y-no-en-litros. Uno se sentía convertir en petróleo en esa oficina, hasta ahí nos llegaba la licenciatura. Mañana llegaremos a la isla y será otra cosa. Necesito la soledad y el trabajo fácil. Además, una isla es el lugar perfecto para escribir sobre una isla. Pero no, yo no vine a escribir, vine a cuidar el faro. Eso fue lo que les dije.


Más tarde

Al salir de San Blas vi el mapa sobre el escritorio del capitán y en verdad no me explico cómo es que llevamos aquí tanto tiempo si las islas están a escasos 112km de la costa. El Tres Marías se ve robusto y marcial como su tripulación, así que sospecho que navegamos en zigzag para empezar a joder psicológicamente a los reos que traen apiñonados en la sección de carga. No los pude ver en el tren ni mientras abordaban, así que me los imagino raídos y pegajosos, sin poder sentarse, sin poder siquiera caerse y como obligados por la cadencia de las olas a bailar un danzón pérfido e inconcluso. Colonos, no reos. Así les dicen aquí, porque desde que entró el nuevo Director no se trata de una cárcel, sino de una colonia penitenciaria. Subí al puente para verla y el timonel me mandó de vuelta a mi camarote, que durmiera, porque al amanecer llegaríamos. Pero tengo insomnio. Creo que lo provocan los de abajo, la masa de ojos meciéndose con la mirada fija en el techo que sostiene a los privilegiados, a los que cargan armas o dinero o tienen un tío militar que les consiguió el puesto de cuidador del faro.

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Salúdame, pídeme cosas que no te voy a cumplir. Lo que sea.

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