San Juanito

Llegó a la playa exhausto. Su musculatura le daba fuerza, pero le daba también peso. Mucho más peso. A cada brazada avanzaba y se hundía. A cada brazada se sentía más lejos. Primero fueron las botas. Le costó trabajo desamarrarlas subacuáticas. Fue un remolino alcanzarlas, perro marino tras su cola. Salió desorientado y tuvo que buscar el brillo nacarado del islote. Se alivió un poco, pero con el cansancio comenzó a sentir la fricción de la tela. Entonces la camisa, el cinturón con la hebilla de alacrán atrapado en ámbar, los pantalones, la camiseta, los calzones. Siguió con el pito al agua y la incómoda certeza de que a algún profundo se le antojaría de botana.

Llegó exhausto. Por eso sólo gateó hasta quedar fuera del alcance de las olas y removió con el dorso de la mano un cuadrado más o menos limpio para tirarse sin llenarse la boca de mierda. Durmió durante horas indefinidas.

Lo despertó el picotazo de una gaviota con curiosidad por los nuevos manjares. Era la primera que se atrevía, pero en realidad estaba rodeado. Sólo tuvo que tumbarla de un manazo para que todas desistieran. Se sentó. Tenía hambre y sed, y las nalgas le ardían por la poca costumbre de entregarlas al sol. Se metió al mar para limpiarse el guano y allí decidió que lo primero era la sombra, que hambre y sed vendrían cuando lo rescataran. Porque tenían que hacerlo pronto, ya se estaban tardando demasiado. Él era tan indispensable en la colonia que sus subordinados estarían en ese momento corriendo inútilmente de un lado a otro, igual que gallinas descabezadas. El mismo director estaría dando la orden de búsqueda, habría desplegado al teniente Suárez y a todo su Cuerpo Nacional de Inválidos. Vio hacia el cielo: apenas mediodía. No deberían tardar.

La verdad era que a nadie le importaba Vargas.

Ésa fue la conclusión a la que llegó cuando vio caer el sol desde la gruta donde había pasado la tarde. Era el único resquicio que había encontrado en la piedra monolítica. Un hoyo hediondo de heces húmedas, un hueco en el que se hacinó la tarde espantando gaviotas, destruyendo cangrejos y mutilando conchitas. No vendrían por él. Caminó al otro lado de la playa y se tiró al mar. Iba a medio camino cuando oyó llegar la lancha.

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