Viviendas

Por las noches Pío Quinto se escabullía de su casucha de empleado con un afán de secrecía tan enternecedor que el Pichi no podía sino fingirse dormido cuando se asomaba a su cuarto para asegurarse de que estuviera todo en orden. Por esa decencia nunca se enteró de la naturaleza exacta de la conspiración que se fraguaba en el norte, de la que veía signos indiscutibles pero cuyos detalles ignoraba. Era una lástima, no porque planeara una delación aparatosa, creía sinceramente entenderse mejor con esos hombres sin otra ley que la que se ocupaban de burlar a la menor ocasión que con la acartonada familia de disciplina militar en la que había tenido el mal tino de nacer, sino porque le habría gustado tener alguna vistosa aventura que contar a su vuelta, más allá del tedio de pueblo chico en el que se le habían convertido las islas. Tenía el tacto incluso para respirar más pausado y con un comienzo de ronquido tan convincente que sin darse cuenta se deslizó de la vigilia por una loseta resbalosa que lo llevó tranquilamente a un ambiente sepia de edificios anacrónicamente derruidos, largos galerones con techos colapsados y pequeños puestos de guardia, de una madera apolillada que se caía sobre sí misma sin aviso al espanto. Había soldados incómodos con cartucheras entre hombros y machetes encostrados de sangre en las manos rígidas, que se estatuaban impávidos en cada puerta. Recorrían los patios ciertas sombras famélicas, pálidas y de un pelo ralo que no atinaba a concertarse en trenzas. Había rejas bajas, que eran para los animales de afuera porque estaban en una isla, ninguno intentaba huir porque no tenían a dónde. El Pichi caminaba por entre ellos, los veía talar el bosque y cazar iguanas para comérselas crudas, caminaba entre ellos y de pronto alguno lo descubría, fijaba en él su mirada triste, por instinto de colmena los demás lo iban ciñendo, tenía seis, ocho pares de ojos almendra sobre los hombros, caminaba más inseguro, cada vez eran más los que lo miraban, miles de rendijas que lo acusaban mudas mientras lo empujaban imperceptiblemente hacia la salida, hacia la puerta grande que decía:


Campamento de Expatriación de Indeseables María Magdalena

Compartir:

Escríbeme

Salúdame, pídeme cosas que no te voy a cumplir. Lo que sea.

hugo@hugolabravo.com