San Juanito

El islote es completamente blanco. La primera vez que lo avistas, desde la Huatabampo, brilla como una perla. “Y es igual de valioso”, se burla Vargas con esa risa confusa que ni él mismo sabe si es falsa, a la vez estudiada y estentórea. Porque está cubierto de mierda. Mierda en cada rincón, en cada resquicio y recoveco, mierda escurriendo de los peñascos, mierda cristalizada en la playa, mierda blanca, refulgente. San Juanico, patrono de la mierda. Hay 5 mil aves en el islote, y cada una caga copiosamente. Se ven diferentes, pero a todas les dicen gaviotas. Los que traen ánimos taxonómicos se aventuran a clasificar en gaviota azul, gaviota grande, gaviota regia, gaviota normal. Son los menos. De ahí no pasan porque nadie sabe latín. Los demás se limitan a la descripción llana: pinches pajarracos. Es lo que repite el Mientras en cuanto sus graznidos se perciben desde la lancha. Vargas la detiene justo antes de la rompiente y los despide sonriendo, la mano siempre en la cacha del revólver, el muy cobarde. El Panteón no sabe nadar; no ha aprendido en estos meses. El Mientras siempre tiene que arrastrarlo. Terminan en la playa, exánimes, escupiendo agua salada. Ocelote te mira con recelo. “¿Mares, dijites?”. Asientes. “Pos hacé honor, cashlan”. Te llena los brazos de costales y el saco con las espátulas, y se lanza a la ola que está en plena retirada. Te asomas tras él. Estás decidiendo si es demasiada agua cuando recibes la patada de Vargas en la rabadilla.

No fue demasiada. Es lo que piensas cuando sientes que quieren arrebatarte el bulto que estás abrazando. Te giras con un gruñido.

–El Panteón creía que estabas muerto.

–Nomás los vivos se resisten. Nomás los que valen la pena. Casi me convencés, cashlan.

Abres los ojos y te cuesta un poco ponerles cara a las voces. Y nombre. El Panteón, el Mientras, Ocelote. Te sientas. El Panteón te quita el bulto y extiende cuidadosamente los costales sobre la arena cubierta de guano. El Mientras te da una espátula y un costal que escurre de algas.

–Órale, a darle desde ahorita que el sol se pone recio. La mejor está sobre esa piedra. Tiene que estar seca pa' que salga buena.

Miras confundido el costal que te escurre sobre los pies desnudos.

–Igual la vas a joder en el primero. Órale, a darle desde ahorita.

Caminas como sonámbulo con el costal a rastras. Te grita sobre los graznidos.

–Cuando regreses ya van a estar secos los demás.

Reaccionas entre el sopor del sol y el sabor a sal en los pulmones. Te detienes.

–Yo no voy a hacerlo todo.

Tu voz sale débil y llena de plancton. Dudas si el estrépito de las aves permitió que les llegara. Entre las ondas de calor ves a Ocelote pararse y blandir una de las espátulas.

–Podés hacerlo todo, cashlan. O podés tantear si este fierro está con filo.

Sigues caminando. Llegas a la piedra. Comienzas a rascar.

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