Monte

Al Chango le ha costado encontrar excusa para el labio perforado. Le ha costado más insistir en no curarlo. Le ayuda su hurañez afamada, tener que pasar horas extras en la tala para cubrir las cuotas. El viejo Efrén se regocija en sus ahorros que se desvanecen, lo saluda con grandes palmadas. No le importa. Estos meses los ha pasado en el monte, cada vez que puede, escurriéndose a la choza de Mamá Bonita antes de la lista. Hace el ritual y lo deja solo una hora, tras lo cual vuelve para exigir su paga.

–Estás muy afiebrado –le dice divertida.

La primera vez soltó el espejo del susto. Tenía la mano dentro del pantalón, a Irene susurrándole desde el círculo humeante. No alcanzó a formular una respuesta. Con los muñecos es más fácil, no necesita la intercesión de la curandera. Pero de todos modos le gusta ver a Irene, alcanzar a oírla, narrar lo que hacen al tiempo que lo siente. A Mamá Bonita le gusta sorprenderlo, interrumpirlo, sacarlo a empellones para que vuelva más pronto. A Irene le gusta todo. El Chango ya la saborea, ya hasta considera la buena conducta para que le reduzcan la condena.

–¿Y cuándo vienes por mí?

El Chango le da vueltas, la cosquillea, la evade. No quiere contestarle, no hay manera de decirle sin sentirse un poco fraude, sin decepcionarse un poco solo. Diez años. Es demasiado. No va el primero y ya lo detesta. Diez años. Sobrevivirá tanto, sí, pero en qué momento se desgastará la distancia, en qué momento el muñeco, en qué momento el espejo. No puede decirle que espere tanto.

–Cuando salga, ten paciencia.

Pero no hay manera de persuadirla. Se vuelve insistente, está seguro de que sospecha. Diez años. Cómo resistirlos y ocultarlos, cómo irlos pasando de monte en monte, de choza en choza, siempre antes del toque de queda.

–¡No sabes lo que es esto!

–Yo tampoco la tengo fácil...

–No, pero si al menos me dijeras…

Diez años. No hay manera de esconderlos, son tan grandes que lo aplastan. Le tiene que decir, planear lo que venga, recibir la insinuación de fuga. Traerla. Irse él. Diez años que son nada si llegan a lograrlo. Pero primero hay que decirlo.

–Diez años.

Y el silencio.

El Chango sale aullando de la choza. Su piel se ampula. La siente abrirse y supurar, siente su sangre hirviendo. No hay fuego. No hay humo. Corre hasta la jungla. Se azota contra los mezquites, contra los guayacanes, contra la gran ceiba. Rueda entre los helechos. Su carne se agrieta, pierde la consistencia, los jirones se le enroscan sobre los huesos, se niegan a abandonarlos. Su voz se corta con las cuerdas que revientan, su mirada se derrite, su pelo se retuerce entre las hormigas. Nadie lo ve desmoronarse. Nadie ve cómo se lo lleva el viento.

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