Monte

–Buenas –lo saluda el viejo Efrén en la carretera, mascando tabaco bajo una mataiza.

El Chango no contesta. El viejo escupe con estruendo y rodea el árbol, se pierde en la floresta. El Chango lo sigue, removiendo con el hacha las ramas del arbusterío que le estorba. Pronto se percata de que hay un sendero que apenas asoma entre la hojarasca. No sabe cuándo habrá comenzado. Unos kilómetros después despunta una choza entre los árboles. A la entrada está sentada una mujer enorme.

–'Tá aquí desde hace tanto que a los jefes ya se les pasó que está –le confía el viejo Efrén–. Fue cuando la cristiada, porque uno ocupa cuidar el alma y a los padrecitos ya no los dejaban. 'Tonces vino ella.

–No me importa –exclama el Chango– ¿Puede o no puede hacer lo que quiero?

–Ella puede procurarte. Pero sólo si pagas lo debido.

El Chango la mira largamente, luego al viejo, al hacha en su mano, se recarga en ella y piensa en Irene. Le entra el olor acre que lo invade por las noches. Sabe que ya no aguanta. Asiente.

–Pero sólo lo hago porque no te creo ni madres –aclara–. Y hay de ti si me quieres transar, cabrón.

–'Pérame aquí.

El viejo Efrén camina hacia la mujer. La besa en la mano y luego en la mejilla. Intercambian algunas palabras. Le hace seña de que se acerque. El Chango llega junto a ellos. Ahora puede apreciarla mejor. Es morena, mucho más que él y Efrén, tiene un color primigenio que le recuerda el olor de la tierra mojada; su pelo enorme, lacio hasta la huida, está recogido en trenzas cuidadosas; su rostro está arrugado, pero no diría que es vieja.

–Buenas –la saluda.

–Buenas tardes, mijo –contesta con una voz antigua–. Me dicen que estás enamorado.

El Chango se queda en silencio. Es el tema que más le cala. El tema por el que vino, pero igual preferiría más rodeo de cortesía, más verter frases que preparen el camino.

–No hay por qué avergonzarse –insiste–. Anda, cuéntame de ella.

Contarle para qué. Contarle cómo. Son cosas que se dice uno mismo cuando logra decirlas. Cosas que se desmoronan cuando uno intenta ponerlas en palabras.

–Ya veo –continúa pensativa–. Está bien, está muy bien eso. Me gusta lo indescriptible. Te voy a ayudar.

Le hace una seña al viejo Efrén, que se retira. Luego se levanta y entra a la choza. El Chango la sigue. Es una construcción de una sola pieza. En el centro del suelo de tierra hay un pequeño fogón. El resto está lleno de amuletos e ídolos: figurillas de barro, manojos de hierbas, velas, flores marchitas y flores frescas encima de ellas. En los resquicios que asoman al desorden se ven manchas profundas y oscuras. Junto con las volutas de plumas y los mechones desordenados, atestiguan la frecuencia de las ofrendas. Mamá Bonita se sienta frente a las cenizas y le indica el lugar del otro lado. El Chango intenta en vano caminar sin pisar nada. Se sienta incómodo, apenas logra hacerse el espacio suficiente.

–Lo que tú queres es verla.

El Chango asiente.

–Pásame ese espejo –le dice señalando.

Es un espejo normal, sin otra seña particular que estar en esa choza. El Chango se debate entre limpiarle las costras o entregarlo en su pureza ritual. Decide sólo extendérselo. Ella lo toma y lo bruñe con el rebozo.

Zuzu! –grita de pronto–. Pote mwen bagay dife! Mwen bezwen anpil lafimen!

Entra una chica negra con un brasero y copal. Lo deja en el suelo y sale apurada. El Chango se queda con la mirada clavada en el último espacio que ocupó. No entiende nada.

–Es mi aprendiz –explica Mamá Bonita–. La recogí en un puerto del otro lado. Es un diablo con las yerbas, pero tiene la lengua bruta. Por eso mejor yo aprendí cómo habla ella. También es un poco tímeda. Dispénsala.

Sin más introducción, comienza la preparación del copal. Rellena el brasero con cuidado y lo enciende con un par de ramitas de ocote que aviva en el fogón. Pronto la choza se impregna con el olor. También lía un cigarro y comienza a fumarlo. Cuando está todo el ambiente viciado, pone el espejo en un trípode y comienza una letanía.

Tlacatlé, totecoé, Tloqueé, Nahuaqueé, Ipalnemoanié, Yoallé, Ehecatlé, totecoé, Titlacahuané, Yaotziné; a ca nelle axcan mixpantzinco ninoquetza, mixpantzinco naci in ti-Tloque in ti-Nahuaque, cententica ac cencamatica nimitznotza nimitzatzilía in ica in ipampa in cuitlapilli in atlapalli, in nentlacatl in aquimatinemi, in nennemi in nencochi in nenmehua, in quinenquixtía in motlacatzin in moyohualtzin…

El Chango está completamente hipnotizado. El aire del cuarto está hecho de volutas, que Mamá Bonita mueve al recitar. Acompaña cada expresión con un gesto, cada palabra con un glifo. Dibujo y habla se confunden. Ante los ojos del Chango fluyen patrones, diseños, grecas aéreas. Hay un acompasamiento en su hablar, casi un canto; sin notarlo, el Chango se mece.

A ca ticmocuilía, ticmocaquitía, a ca tlaciahui, a ca tlaihiyohuía in macehualli umpa onquiztinemi in tlalticpac…

De golpe se inclina hacia él y le suelta una bocanada en la cara. Él no reacciona, no hay insultos ni brillo de navajas. Está en tal transe que tarda mucho en percatarse de lo que le sucede; la realidad le llega retrasada. Mamá Bonita continúa perorando tranquilamente.

Tlacatlé, totecoé, Yohuallé, Ehecatlé, manozo tlacahua in moyollotzin, ma xicmocnoittili, ma ximoctlaocolili, ma xicmiximachili in momacehualtzin…

De nuevo una bocanada. El Chango siente el humo impregnándole los alveolos. No tose. El copal y el tabaco entran y salen encendidos, siguiendo la cadencia de la prédica.

Motolinía in mohuictzinco elciciuhtinemi, in mitzmonochilía, in mitzmotzatzililía, in mitzmotemolía, in mohuictzinco nentlamati. Tlacatlé, totecoé, totonque, yamanque, tzopelique, ahuiaque, necuiltonolle, netlamachtille, manozo xicmocnoittili, ma xicmotlaocolili, ca momacehualtzin…

Mamá Bonita se pone de pie, sostiene una rama de romero. Pasa sus manos gordas y ásperas por las hojas, que reaccionan a la caricia volviendo a su posición con un susurro. Se desprende un olor penetrante.

Manozo achitzin xicmottitili in motzmolinca, in mocelica, in motzopelica, in mahuiaca…

Rodea al Chango, a cada paso y cada palabra lo golpea con el fuete aromático. Él no opone resistencia. No puede. Su poder de decisión se quedó atrás, en una época insondable en la que aún no existía el mundo.

Ca nelli mach in quihiyohuía, in quiciahui; manozo achitzi mopaltzinco hualmotzonteconacocui, manozo achica cahuitl mopaltzinco on tlacaco tlamati, manozo achitzin cahuitl mopaltzinco on totonia, on yamania in iomiyo in inacayo in macehualli…

Va subiendo la voz, ahora alterna los golpes con bocanadas. La intensidad y la frecuencia aumentan. Su tono crece. Su volumen también. Se acerca al clímax.

Manozo mopaltzinco on temiqui, on cochitlehua; ma oc achica cahuitl mitzonmotlapialili; ¡at oconmocuiliz, at oconmiquaniliz auh at oconmotlatiliz, at oconminailiz in oachica cahuitzintli in maan xochitl in oconinecu in oconmahuizo!

Lo último lo grita con las manos extendidas. Se deja caer en su lugar, apaga el cigarro contra el suelo y suelta un largo suspiro. El Chango de pronto puede moverse, pero no se atreve.

–Ahora que tenemos su atención, te toca hacer tu parte –le dice mientras le extiende una espina de maguey que arrastra una cuerda trenzada de nudos.

Puedes elegir entre tu labio, tu lengua o tu oreja –Ve que duda, por lo que continúa sonriendo–. También se vale en el pene.

El Chango estira su labio inferior y se pincha. Mamá Bonita lo mira insistente. Cierra los ojos y continúa penetrando su carne, no puede contener una lágrima. De pronto, siente que la púa atraviesa por completo. Respira aliviado. El rojo baja por la cuerda, se detiene en el primer nudo.

–Hay que pasarla entera –le dice arqueando las cejas.

La cuerda es áspera. Abrasa lo que era su labio, las fibras penetran como astillas. Llega al primer nudo. Mamá Bonita no le quita los ojos de encima. Se resigna a seguir jalando. El nudo pasa con la voluntad de un parto, el impulso es tal que llega a la mitad del siguiente tramo. Entonces llega al segundo. Y al tercero. Pasan trece nudos antes de sentir por fin que la cuerda se agota. Aprieta los párpados, se lleva la lengua al agujero. Mamá Bonita le quita la cuerda y la levanta sobre el espejo sostenido por el trípode. Una gota cae encima. Sisea y se evapora, como si hubiera caído sobre un comal encendido. El vapor escarlata se eleva en una voluta. Mamá Bonita asiente. El Chango se inclina y ve caer las gotas, las ve desvanecerse al tiempo que en el círculo del espejo se pierde la imagen de la choza para dar paso a otra, un universo oscuro que se agita repentinamente, se abre en telas, gira vertiginoso hasta detenerse al fin en el rostro de Irene.

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