Faro

16 de junio de 1939

Pues bien, el faro. Todo es cuestión de lucecita. Que la tengo que mantener prendida y para eso me dieron un flamante motor y tambos sin fin de gasolina. Y a practicar la petroquímica con un galón sobre el tanque, que para eso estudiamos. Había que ver al director explicándome mis funciones, la lucecita más prendida que la llama olímpica por favor y ahí tiene en el sótano todo lo que requiera. Advertencia de marea y todo. No me preocupa que el camino sólo sea transitable durante la baja, si para eso vine, para estar solo. Y con chamba tan mecánica voy a tener todo el día libre, por fin. Todo tranquilo, pues, con el director. Se esfuerza por parecer estricto. A los reos (colonoscolonoscolonos) los recibió con un discurso que parecía sacado de una película:


Aquí empieza una nueva vida, que dependerá de ustedes que sea la de su regeneración por medio del trabajo. Para quienes vengan dispuestos a acatar la disciplina del penal y lograr su rehabilitación, no será difícil adaptarse a la vida de colonos de la isla. Pero para quienes no han depuesto el rencor y la rebeldía, y traten de constituir un problema para nuestra comunidad, será dura la vida del penal. Y más vale que vayan enterándose que sólo el arrepentimiento los salvará de que ésta sea su sepultura.


Porfavorcito. Y luego no quieren que se les escapen. Por cierto, se supone que tengo que avistar balsas malhechas, nadadores ilusos y otros iluminados. Va a ser divertido, jugar al vigía. Y me sospecho que al aire libre va a fluir mejor la pluma.


24 de junio de 1939

La rutina: bajar al sótano y ver que el motor no tenga sed. Barrer. Asesinar plantitas paredenses (son ellas o yo). Comer. Ver el mar. Comer de nuevo. Ver más mar. Ir al baño. Comer. Etcétera. Cociné mastodónticamente para no perder el tiempo en eso, para sólo calentar y sentarme. Tiempo, que no se desperdicie nada. En todo aquello se me van unas dos horas. Tres, si como realmente lento. El resto es para escribir. Pero es obvio que eso no está funcionando si es mi primera entrada en ocho días. Querido diario, lo nuestro no está funcionando. Eres muy blanco, muy grande, muy intimidante. Y yo no sé con qué rayarte. Si tan sólo sucedieran aquí cosas interesantes. Ayer vino el Tres Marías, gran espectáculo. Se arrastró por el mar de ate de salmuera. Toda la mañana desesperándome con sus mediocres nuditos y su humear triste de fumador agonizante. Por la carretera pasó una tropa de hormigas. Seguramente libres. Al rato se escuchó la despedida mariachiada.


26 de junio de 1939

Segundo lunes en las islas. Es un falso inicio de semana. El barco rompe la rutina el viernes. Los lunes juevesean. O no, porque el barco es rompimiento y anuncio de rutina nueva, así que los viernes dominguean, los sábados enlunesen y los lunes se amiercolan. Segundo miércoles en las islas, pues. Les faltan marcas a estas paredes. Es una cárcel, hay que darle color local. Es una cárcel y estoy en la celda de lujo. O al farero anterior no se le ocurrió o tenía un calendario como la gente normal. Como si tal cosa existiera. Pero en realidad no estoy encerrado, siempre puedo salir. Ahogar el motor e ir a Balleto con la excusa de cualquier cosa. Con lo siento, señor director, pero me hace falta un foco de repuesto y mejor vine yo por él, no se fuera a molestar. Mañana mismo.


27 de junio de 1939

Subió la marea, carajo. Desde la cocina pude verlo. Fue lento y engañoso. Como si simplemente las olas se hicieran más frecuentes, hasta que nunca se fueron. Hay un bote, pero me recomendaron no usarlo. He de tener cara de terrestre sin remedio. Ni cómo arrancármela. Bajé al muelle y no me costó nada de trabajo imaginar mi despojo reventando contra las rocas. Así que no, a apechugar aquí mismito. Bajé a inventariar y no me voy a morir de hambre en un rato, pero sí hay mucha más gasolina que comida. Por lo tanto, el anterior era un gordo y no me quisieron confiar provisión de sobra. O lo dejaron morir. Nadie vino en las dos semanas de baja, ningún preocupado ni vecino amable con pay de manzana. Sí, lo han de haber dejado morir de hambre, por gordo. Voy a buscar su cuerpo, seguro que lo dejaron por aquí botado. Se han de haber enterado cuando se apagó el faro e inmediatamente el clasificado, se solicita farero, buena disposición, afecto al encierro, sin familiares que lo extrañen.


2 de julio de 1939

Mar, todo huele a mar. No logro sacarme el hedor a sal de encima. Hace tres días que no me baño porque la marea no ha bajado y opté por el ahorro acuático previsor. Nuevas ocupaciones matatedio: cocinar, mucho, antes de cada comida y nunca dejar sobras, para no caer en la tentación del recalentado. También pescar. Encontré una caña y me siento en el muelle, y cañeo. Los peces son ingratos o el mar está picado o debería madrugar, pero no es para tanto mi aburresencia. Ayer atrapé algo que voy a llamar huachinango a falta de vocabulario. Lo arruiné a la plancha, pero me desenlató un poco. Tantas provisiones y todas lo mismo. Ni dejar de echarles sal las cambia. Las aburre más, que es lo contrario de la ayuda. Dicen (ellos) que por aquí hay pulpos, pero mi despojo contra las rocas sigue imaginándose fácil, y más con tentáculos en pugna.


19 de julio de 1939

Tres semanas. La marea no baja y no parece que vaya a hacerlo nunca. Ayer no vino el barco: ha de venir una tormenta. El mar está picado. Lo prefiero así. Me gustan mucho las olas, con su vaivén y su irregularidad disimulada. No tienen intervalos, no son predecibles; por eso no me aburro nunca cuando miro el mar ni cuando lo oigo. Es tan poco ingenieril. El mar no arrulla, es un monstruo esperando a devorarme y me lo recuerda todo el tiempo. El mar no arrulla, está lleno de sirenas. Me invita al sueño eterno, pesadillesco, de los sobresaltos frecuentes que nunca alcanzan para regresar. Me estoy perdiendo en el mar. Me siento en la baranda y lo veo revolverse. Por la noche lo ilumina el faro contando los segundos. Barre las olas y sólo logra mostrarlas tan rebeldes. Acentúa lo salvaje, él que sí es preciso, puro, admirable pieza de tecnología. El mar lo desprecia. Será por eso que quiere engullirlo, engullirnos. A veces prefiero el muelle a la baranda, dejar colgar los pies, recibir el latigazo inesperado. A veces, muy a veces, viene una titánica y me tumba de espaldas. Entonces juego a ahogarme, hasta que recuerdo el entablado y vuelvo a la astillada vida de siempre. ¿Qué se sentirá tirarse al mar? Hay reos que lo han intentado, eso dicen. ¿Dicen quiénes? Si aquí no viene nadie. A veces me dan ganas de hablar con alguien. Vine a estar solo y tengo ganas de hablar con alguien. De pronto envidio a los libres con sus despedidas mariachiadas y hasta a los reos normales, a los isleños de rejas de olas. Este faro es una cárcel dentro de la cárcel. Pero siempre mejor que el cubículo y los números: es la soledad absoluta. La otra estaba escondida, era estar solo en medio de todo mundo, de los papeles inútiles volando entre escritorios; soledad de erario público. Ésta es soledad auténtica y tengo al mar para acompañarme, para recordarme que estoy vivo de tanto intentarme matar.


21 de julio de 1939

Se me ocurrió descomponer el motor del faro, nomás por tener algo que hacer ahora que el aguacero me tiene encerrado. Tendría que ser en la mañana, para tener todo el día para arreglarlo y no faltar a mi deber. ¿Se dará alguien cuenta si falto a mi deber? Me imagino al director vigilándome binocularmente desde Balleto:

—Teniente Suárez (tiene que ser Suárez, ¿qué nombre más militar podría ponerle?), vaya por ese farero y fusílelo, está faltando a su deber.

Y todo el cuerpo de inválidos se aglomeraría alrededor de mi casucha, exigiendo que saliera con las manos en alto y sin movimientos súbitos. No, no creo que nadie se dé cuenta. A menos que el Tres Marías se pierda de puro estúpido, entre a la costa, atraviese la plaza y destruya las oficinas. Entonces tampoco me fusilarían, porque estarían demasiado ocupados recogiendo heridos. Tendrían que fusilar al piloto, si quedara vivo. Pero no hay siquiera Tres Marías con este tiempo de pique eterno. Entonces no tiene caso la lucecita, si no hay nadie que la vea. Pero es cierto que no tendría caso tampoco en calma. Se quedaría así, dando vueltas como demente en medio de un mundo que no la pela.

También habrá que ver cómo lo descompongo. Podría subir el voltaje hasta quemarlo. Pero para eso me quedo sin luz y tampoco pienso sufrir. O meterle un palo. No, un palo no aguantaría, una viga. ¡U orinarme encima! ¿Me subirá la corriente hasta el pene? Creo que no hay botiquín. Y si lo hay, no hay frasquito que diga: “Electrocución de miembro viril”.

Arreglarlo no va a ser problema. Por fin va a servir de algo ese título de ingeniero. Además, hay suficientes partes en el sótano para armar tres motores enteros.


24 de julio de 1939

Ya descompuse y arreglé el motor del faro cinco veces. ¿Y ahora qué hago?


3 de agosto de 1939

Como me enloquecía ese espacio vacío entre las escaleras, decidí instalarle una hamaca. Y claro, no tenía. Así que a improvisar, a sacarle lustre al titulito. Mi hamaca es de cables viejos y sogas náuticas. La mera verdad, me siento más como pulpo cautivo que como playista, pero por lo menos ya no está esa boca abierta dentada de escalones amenazando con la mordida. La embozalé, y cuando me trepo y se me salen las piernas por mis fracasos, casi me puedo mecer sin sentir que ya pronto se va todo a la mierda.


11 de agosto de 1939

Me desperté hace rato porque hasta a la lluvia se acostumbra uno. Ya no caía nada. Y claro, salí como niño en navidad a ver si había baja. Pero no, el agua lamiendo el muelle. Eso sí, nada picada. Espejito espejito hasta el horizonte, que cortaba cabalmente la silueta de un barco deslizándose a vela por la noche sin viento. Me quedé un rato viéndolo, cómo se me acercaba con la ingenuidad de confiar en un faro. Me recordó a otro lejano, de lecturas infantiles. Era un barco de la vieja escuela, bastante pequeño, con un aire de tina anticuada. Gastado y curtido por los tifones y las calmas de los cuatro océanos, la tez de su casco se había oscurecido como la de un granadero francés que haya luchado en Egipto y en Siberia. Su proa venerable parecía barbada. Sus mástiles —cortados en algún lugar de la costa de Japón, donde los originales se habían perdido por la borda en una ventisca— sus mástiles se erguían rígidos como los espinazos de los tres viejos reyes de Colonia. Su borda antigua estaba gastada y llena de arrugas, como la losa que los peregrinos veneran en la Catedral de Canterbury, donde Becket sangró. Levanté la mano para saludarlo, porque el casi contacto me recordaba demasiado a esquivarle la mirada a alguien en un pasillo en la oficina: No dijo nada (porque era un barco), pero lo sentí acelerar aunque siguiera sin haber viento. Entonces se me ocurrió que era el momento perfecto para llegar a la costa, para pasar al siguiente nivel de firmeza terrestre. En lo que pensaba si sería más vergonzoso fracasar a remo o a nado, la lluvia lo abarcó todo. Tuve que correr para que las olas no me arrastraran a jugar con ellas.


11 de agosto de 1939

La lluvia sigue terca. También el mar. Fue idiota ayer no haber nadado a la isla mientras duró la calma. A lo mejor mi despojo estaría ahorita contra las rocas. Un desperdicio. Lanzarme ahora no tiene caso, porque todo mundo sabe que no hay esperanza. No es lo mismo tragedia que suicidio. Botear será mejor opción. En la tarde fui a ver cómo estaba, si todavía me quería, a probar aunque sea los remos. Me encontré una caja encallada bajo el muelle. Dentro tenía unos papeles con aire de haber envuelto momias. Llevo todo este rato leyendo. Son mapas. Lo que entiendo es esto:


Número 16 día 27 al 28 de febrero Domingo. Variación 5 grados 36 norte. En esta derrota he navegado la distancia directa de 691/2 metros por el ángulo de 78 grados y habiendo observado el sol en la latitud norte de 20 grados 21 metros, hallé 5 ½ norte más que mi estima y corregí con el meridiano y diferencia de latitud observada el recibo de 82 grados 3 minutos distancia de 68 ½ millas. Los vientos han reinado del norte al noroeste fresco por lo que nos hemos mantenido con las 4 principales y algunas velas de éstas luego que refrescaba se arriaban teniendo la precaución de en la noche haber tomado un viso a las gaviotas y al amanecer se largó, la favorita se ha mantenido por nuestro barlovento a regular distancia no pudiendo ésta andar más que nosotros cuando está el tiempo y viento bonacibles por haber gruesa mar y ésta ser de proa que es quien le hace andar menos que nosotros aun llevando ella más vela en viento.

Perspectiva de la isla del medio de las 3 Marías demorando la punta más norte al norte noroeste y la más sureste al norte distancia de 7 a 8 leguas.

Idem de la más sureste en distancia de 15 leguas la más de ver la clara para sacar su perspectiva. En lo más norte de esta está un Islote que llaman San Juanico y la más sureste tiene 3 piedras al sureste en distancia de todas están bien pobladas de arboledas y están montuosas, en la más norte proporción de hacer agua a la parte del Este y tiene mucho boyacán.


Decir que lo entiendo es exagerado. Lo que sí es que habla de las islas. Así que el barco nomás vino a tirar basura. Y yo que lo creía más interesante, tan digno de la descripción ominosa de anoche. Porque hay que esperar gran cosa de un barco anacrónico que navegue sin tormenta, cuando todos sabemos que el cielo se desgaja.


18 de agosto de 1939

La soledad que vine a buscar no me perdona. A veces dejo acumularse los platos sucios, para que al lavarlos me dé la impresión de que comí acompañado.

Para distraerme me imagino a los isleños. Si les dicen colonos es porque esperan que todos cooperen hormiguilmente para bien de la colonia. Y es idiota. Me imagino a una colona, que por la a ya resalta y se resiste. No quiere ser hormiga, mucho menos hormigo. El hormigueo la entumece. Además, sabe que afuera y adentro hay hormigas que no hormiguean, hormigas que nomás ordenan hormigadamente. Así que antihormiga. ¿Pero abeja, termita, cucaracha? La colona que me imagino se queda sin imagen insectil. Primero hay que romper el hormiguero, luego evitar colmena, termitero, cucaracherío (son un misterio, las cucarachas, pero seguro ejemplan política sucia). Me imagino a mi colona furiosa con el posesivo, tirando patadas a lo idiota y dándose de frente contra el director. Y claro, teniente Suárez (sí, tiene que ser Suárez), váyase a pacificar a la revoltosa. Ay, los isleños; yo aquí sin gran consecuencia y ellos en su hormiguerra. A mi colona le pondría Emilia, nomás porque las es me son tan amarillas. Acá en las islas falta gente. Si sigo imaginando diario, pronto las voy a poblar enteras.


29 de agosto de 1939

Anoche subí a engrasar el faro, porque crujía horriblemente y me molestan las cosas lastimeras. Hasta a él, que lleva aquí más que cualquiera, le está afectando el clima. Me puse a silbar corridos (desarmar y armar cosas me inspira que da vergüenza), y tan metido estaba que me percaté muy tarde de que ya no llovía nada. Tengo un justo chipote de sobresalto estúpido contra el marco de la maquinaria. Me asomé a comprobar que fuera tiempo de mi huida. El barco estaba aquí, a tiro de escupitajo. Bajé corriendo, casi rodando las escaleras caracoladas. Abrí la puerta. En el muelle había sentado un hombre vestido con el mal gusto de dos siglos acumulados. Cerré la puerta. Volvió la lluvia.


31 de agosto de 1939

Qué poca cortesía. Mi abuelita estaría furiosa. Un invitado merece hospitalidad aunque la exija en mallones. Y hablar con alguien, por fin. Se llama Juan Pantoja y Arriaga. Esta vez no me encerré como el cagacalzones que sigo siendo, pero también me costó no treparme al bote y despojarme contra las rocas. Y qué caso, realmente. Si ahora estoy acompañado y otra cosa, que desde que me quedé totalmente solo llevo escribiendo más seguido que en mi vida entera. Cosas que nunca me voy a molestar en releer (ni a mí me importa cómo voy matando el tedio), pero ahí estoy, vocacionando. Así que Pantoja, segundo piloto de la Princesa. Lo encontré en la misma postura que antier, haciéndose el interesante sobre el muelle. Me apreté el cinturón y me senté junto a él. El barco nos miraba indiferente. Después de un rato habló. Yo no iba a decir nada por miedo a que se me desapareciera; estas cosas son así, sabiduría de abuelas. Así que él habló. Está solo a pesar de lo tripulado; es el único que se percata. Los demás no sufren la maldición de la bitácora, de tener que medir el tiempo y no poder perderse en las urgencias de ancla y velamen. Se me ocurrió que si tiro esto podría afantasmarme yo también tan tranquilo, pero si él botó la caja del otro día y aquí sigue, no hay remedio. Ciento sesenta años, y a mí se me aguadan los sesos en unas pocas semanas.


7 de septiembre de 1939

Pantoja viene diario y charlamos de lo lindo. Ahora digo charlar porque se carga un léxico castizante que me da pena ponerlo en evidencia (sería una tragedia sobre la otra, pobre). Casi siempre habla de barcos porque no le queda de otra, y yo le contesto con faros y se arma una trifulca de tecnicismos que habría que ver si alguien sale ileso. También empecé a inventar porque de todos modos no me entiende ni jota. Me habla del viento en popa y que con demasiado el barco atagalla, que para eso es mejor ajustar el artimón de mesana, y yo le contesto tan tranquilo que deberían arredianar las troncanas, que eso siempre me ha funcionado. Quedamos contentos y felices con nuestra erudición. Pero ya que satisfacimos (satisficimos, satisfaciamos, satisfimos), pues pasamos al resto. Luego le llevo comida al muelle y miente que le gusta. En fin, que estas calmas lo están siendo en todo buen sentido. Lo malo es que resaltan el ciclón que se me viene encima, porque no me queda duda de que para allá va tanta ola.

(Hay que reconocerlo, el truquito ése de desaparecer con la lluvia es un detallazo).


10 de septiembre de 1939

Hoy por la mañana desperté para encontrarme las paredes rayoneadas con palabras. MAR, decían, una y cien veces MAR. Era una cacografía extrañísima, toda apretada, como si el que la escribió tuviera miedo de que se le acabara el muro, como si en cada MAR escrito le fuera la vida misma. Me quedé hipnotizado un buen rato, leyendo cada uno, sin encontrar discrepancia. MAR por todos lados. Luego me paré de un salto porque alguien tuvo que haber escrito eso mientras yo dormía. Recorrí el faro, no hallé nada. Todo estaba en su lugar, excepto un pedazo de ladrillo con el que seguramente habían rayado MAR por todos lados. Ya lo borré, pero he estado todo el día nervioso, viendo por encima de mi hombro y asustándome con mi propia sombra. Ya revisé cinco veces el faro y no hay nadie, estoy seguro. Afuera el mar está tan picado como siempre, sin posibilidad de entrada ni salida. Es un alivio. En todas las novelas que conozco, en las de papel y en las del radio, cuando alguien escribe en las paredes es porque está completamente loco. Por suerte estoy yo solo. Ahora en la noche que venga Pantoja le pregunto lo que piensa.


13 de septiembre de 1939

Pues no imaginé colonos diario. Querido diario, te queda mal el nombre. Le conté a Pantoja de mi estrategia demográfica y dijo que con un teniente y una colona que a ninguna luz se llevan no será poblable ninguna isla. Y tiene toda la razón, Pantoja, que a todo le halla respuesta. (Me dijo que no me preocupara por el vandalismo marino, por cierto, y le hice caso). Así que más isleños. Es fácil imaginarlos en sus pequeñas vidas hormiguiles allá donde podría aplastarlos con un dedo. Pero meterme. ¿Quién se quiere meter al hormiguero? Ver que las antenitas y las seis patas son otras cosas tan de cerca. No, no, meterse más asusta. Descubrir que cada insecto tiene nombre y apellido y puede hablar en primera persona del pasado. Imaginar hormiguilmente es fácil, pero isleños. Los colonos son muchos, sólo tengo que encontrarlos.


14 de septiembre de 1939

No tengo idea qué escribir y Pantoja me dijo que un gran escritor debe ante todo saber describir bien (¿de dónde sacará esas nociones, Pantoja?), así que voy a empezar por mi faro.

No es en realidad un faro, sino dos. Quiero decir que son dos construcciones. Una es en donde vivo yo. Es un cuadradito, una suerte de ladrillo de enormes proporciones en el que estoy metido. Caben mi catre, una mesita, la silla y una estufita en la que preparo todos mis alimentos. La otra construcción es la torre del faro mismo. Está pintada de verde, blanco y rojo por no sé qué idiotez patriota. En todo caso se nota que la única línea verde solía ser roja. Es lo que tiene sentido: me abanderaron el faro. Sólo tiene unas largas escaleras en espiral y un centro totalmente desperdiciado. Por una escotilla se llega a la punta, que alberga al motor que hace girar el faro y a los focos. Tiene un balcón circunvalatorio con baranda en el que me gusta pasar el rato. Hay un pararrayos, para electrizar la soledad.

También hay un sótano. Se llega por la torre. Ahí están la planta eléctrica y el almacén: comida, agua y combustible. También hay hojas, velas y repuestos, pero es lo de menos. Entre los dos edificios hay un patio en pendiente hacia el centro, donde se aloja la cisterna. Tengo una bomba para sacar el agua. El baño está en una orilla, independiente. Hay un cuartucho para bañarme y otro con una letrina que da al mar sin aspavientos. El conjunto —baño, patio, faro y casa— está rodeado por una reja, como si se me fuera a ocurrir tirarme o fueran a invadirme o no fuera a pasar cualquiera de las dos cosas por la puerta que siempre está abierta. En la esquina de la costa está el poste maltrecho de cuando creyeron que podían traer electricidad desde la planta. De la puerta, unas escaleras de piedra llevan al muelle y al no camino hacia la isla. Es todo.

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