Talleres

Los domingos no había nada que hacer en la isla. La lucha del régimen cardenista contra el fanatismo había despojado de sentido al descanso de ese día. Los colonos, sin melga, se aburrían. Tampoco tenían alcohol para diluir su inactividad. Se dedicaban, pues, a inventar maneras de asesinar el día. Sus juegos eran ridículos y brutales, como los que idean los estudiantes en las preparatorias cuando los privan de balones. Todos los criminales tienen algo de preparatorianos; todos los preparatorianos son criminales en redención.

Los domingos eran los días de mayor actividad para el teniente Suárez y su cuerpo de inválidos. Se paseaba rechinando su pierna prostética por las calles de Balleto, con el ceño fruncido y cinco inválidos prestos a sus órdenes. Era el día de más detenciones. Era también, secretamente, el día que más disfrutaba. Amaba, por sobre todas las cosas, demostrar su superioridad moral e intelectual dándoles lecciones a los internos.

En la callejuela que se formaba entre la zapatería y los tejidos vio a un grupo animado. Desde la esquina se escuchaban las exclamaciones colectivas, precedidas siempre de golpes secos. Un poco más cerca pudo discernir que estaban conglomerados en torno a dos: Fidel y Salomé se tomaban turnos para abofetearse. Ambos mostraban sendas marcas en las mejillas.

—El Fido es un pendejo, ya se la peló —comentaba uno de la ronda.

—Sí, pinche perro idiota —secundó otro—, te la pelaste desde que te pusiste con una vieja.

—Sí, pinche Perro idiota —secundó otro—, te la pelaste desde que te pusiste con una vieja.

—Si le ganas, eres un pasado de verga; si pierdes, te ganó una vieja a los putazos.

—Por pendejo.

Se rieron felices, dándose palmadas en los hombros. El agredido se giró para contestar, pero se congeló al tenerlos enfrente, con la mirada fija sobre sus hombros. Los dos burlones no se atrevieron a ver detrás suyo. Clavaron los ojos en el suelo y abrieron la ronda. Los demás hicieron lo propio.

—Ahora que tengo su atención —sonrió maliciosamente el teniente Suárez—, ¿alguien sería tan amable de explicarme lo que están haciendo?

—Es una competencia, mi teniente... —balbució uno de ellos.

—Una competencia, ¿eh? ¿Y en que consiste?

—Pos se sueltan putazos hasta que uno se rinde... —explicó removiendo tierra con el pie, en la imagen perfecta del escolar descubierto in fraganti.

—Ya veo —concluyó, triunfal, el teniente Suárez—. Gómez, Barrios, llévenselos al cuartel; que aprendan quién pega más fuerte en esta isla.

Se alejó satisfecho y rechinante, con los dos presos a rastras, y dejó tras de sí al resto, helados por el susto y pensando cómo pasar el día sin meterse en problemas. Todos los carceleros son profesores en plenitud.

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