Dirección

—¡Ojayo, Tomita San! —saludó el Pichi jalándose el párpado.

—No, "ojayo" no —corrigió sin dejar de picar verduras—. Se dice おはよう。お・は・よう。

—Ojayo —repitió—. ¿Qué hay de comer?

—Hoy atraparon tiburón en la bahía. Era hembura. Conseguí el feto.

El Pichi vio fascinado el paquete sobre la mesa. Era un bulto sangriento de casi un metro de largo, envuelto todo en periódico. La aleta dorsal había roto el papel, y sobresalía de las noticias petroleras del día. No era suficiente. Quiso apreciarlo mejor. Se acercó a la mesa y extendió la mano para quitar la envoltura. Hubo un chasquido. Sus dedos se estrellaron contra la hoja del cuchillo santoku que Tomita San clavó a unos milímetros de sus uñas.

—No tocar sin lavaruse las manos. ¿No tiene nada que hacer?

—Es domingo —se desesperó el Pichi, dejándose caer en una de las sillas.

—¿Radio? —preguntó mientras volvía a la tabla de picar.

—La corrida es hasta la tarde.

—Toros —reprobó el japonés sin perder el ritmo.

—¿No te gustan?

—Son tontos, me parece. Siempure sabes quién gana.

—No se trata de ganar, sino de hacerlo bien. Tú crees que cocinar es un arte.

—Pero cocina no es espectáculo. En Japón tenemos 牛の角突き。Toro perea con otro toro. Más emocionante así. Hay apuestas.

—¿Y quién gana?

—Toro que huye, pierde.

—Aquí tenemos peleas de gallos. Son a muerte.

—He visto. Esos gallos son bellos. El final es mal entendido. Cobardía es peor destino que muerte.

—¿Y el box te gusta?

—El box es mejor. Perea entre hombres siempure es más interesante. Más arte, como dice. Pero el box tiene purobrema. No usar los pies es tonto, me parece. En Japón usamos pie, codo, rodilla, mano de muchas maneras. Así conoce mejor el cuerpo. Es mejor perusona.

El Pichi aprovechó el soliloquio para acercarse de nuevo al cadáver y espiar por entre el periódico. Esta vez tuvo que quitar la mano para no perder un dedo. Un armónico persistió tras el golpe seco del tajo. El cuchillo quedó vibrando por la fuerza de la caída.

—Dije no tocar sin lavaruse las manos. Vaya fuera de la cocina. Si es bueno, le doy los dientes.

—¿En serio?

—Sí. Puede hacer collar.

—Arigato, Tomita San.

—Pero debe ser bueno. No morestar.

—Sí, Tomita San. Sayonara.

—さようなら、Pichi 君。

El Pichi salió contento, pensando en lo que podría hacer con los dientes del tiburón, aunque fueran los de un feto. Pensó de pronto que la madre debía estar en el matadero, y se imaginó al pez enorme colgado de los ganchos para reses. Tenía que ir a verla. En la puerta se tropezó con Emilia. Se separaron sin disculparse y siguió cada uno su camino.

—¿Y ése qué hacía aquí?

—Se abure.

—Pues que vaya con su mamita, esa pinche vieja me tiene hasta la madre. ¿Sabes qué me pidió ahora?

—No —Tomita San comenzaba a resignarse a no alcanzar el satori esa mañana.

—Igual no lo entenderías —dijo hurgando entre el paquete sobre la mesa—. ¿Qué es esto?

—Feto de tiburón —contestó Tomita San, reprimiendo la amenaza del cuchillo. Sabía elegir contrincantes.

—No mames, aquí sí comen fino. ¿Cómo lo vas a preparar?

—A la veracuruzana. No tengo buen ingrediente aquí, pero gusta así.

—No empieces con lo que hacen en tu isla. Ni sé pa’ qué viniste, si te la vives quejándote.

—No había opción. ¿Va a ayudar o también se abure?

—Te ayudo, pues. Pásame un cuchillo, a ver si logro limpiar esta madre.

—No tocar sin lavaruse las manos.

—Sí, sí. Viéndote, una no entiende las campañas racistas que traen desde el desmadre de Torreón.

—Ésos eran chinos. Muy diferente.

—Bueno, supongo que es parte del problema verlos a todos iguales.

—Cuando llegué a México, veía a ustedes todos iguales.

—Me imagino, no mames. ¿Sí te ha costado adaptarte?

—Ahora tengo buen chamba —contestó sonriendo.

—Pinche Tomita, ya hasta aprendiste sarcasmo.

En ese momento se abrió la puerta de servicio y entró la Mariposa con aires de conspiradora. Cerró con cuidado y se agachó, haciéndoles seña con el índice sobre los labios. Luego se asomó cautelosamente por la ventana. Cuando estuvo cierta de que nadie la seguía ni la había visto entrar, se sentó a la mesa, con gran alarde de no mancharse con las entrañas de feto que ya cubrían gran parte de su superficie.

—La temible Mildías y Tomita San —comentó—. Aquí sí voy a estar segura.

—Mira, cabrona, me vuelves a decir así —gruñó Emilia.

—Ya sé, querida, estaba jugando —se zafó elegantemente.

—¿Trajo lo que pedí? —preguntó el cocinero, irritado por la sobrepoblación de su espacio.

—Claro —dijo llevándose la mano al corpiño. Sacó un paquete delgado y se lo extendió—. Perdón por la tardanza. Se me ocurrió pasar frente al platanar y casi no salgo. Nunca había visto machos tan urgidos.

—Qué te haces —la tentó Emilia—, se ve que te encanta.

—Pa' que te miento, querida, una necesita su dosis de autoestima, ¿no? ¿Y ustedes qué hacen?

—Feto de tiburón —contestó Emilia con la obviedad del cadáver sobre la mesa.

—A la veracuruzana —completó desdeñoso Tomita San—. ¿Ayuda o vino a praticar?

—Prefiero lo segundo, si no es problema. Debe haber buenos temas en esta cocina. Todo lo que se le oye hablar a los jefes. Las últimas nuevas de la nobleza insular.

—Ni creas —ninguneó Emilia—, éstos son bien pinches aburridos. El director baja a escondidas a dormir al estudio, como cualquier marido burgués después de unos años de tedio. Ni me sorprende, yo llevo aquí dos semanas y ya no aguanto a su mujer. Pinche vieja.

—Ah, sí, nada nuevo. Estuvo en su obra, ¿no? Muy divertida, por cierto, aunque no comulgo con todas las ideas expuestas. Se antojaba un poco adoctrinante. Tenía la duda, ¿esa parte del cambio de actrices fue planeada o...?

—Ni madres de planeada, sólo no aguanté ese guión lugarcomunero. Pero si tenías duda es porque casi nada tiene sentido en esa madre, yo se lo dije a Ursino y se puso todo digno, como siempre que habla de lo que escribe.

—Sí, fue un poco vanguardista, no del gusto de cualquiera. Te logró sacar para acá, tuvo esa ventaja. Allá en Morelos los tienen muy aislados. Creo que ni siquiera he oído tu historia.

—¿No es obvia? Presa política. Después de un rato en esta pinche isla una se aburre con las razones, se tornan repetitivas. Como tú. Nomás de verte te arrestaría, todo tu cuerpo grita ¡puta!

—Te equivocas, querida —contestó ofendida—, yo no era una puta corriente. No, no, mis clientes eran de calidad. Puro sonorense, tres estrellas para arriba en las hombreras. Bien machotes con esos bigotones. Me gustan los hombres de verdad. Lástima que salieran más maricas que yo, apenas oyeron las sirenas nos entregaron a nosotras. Aunque debí haberlo sospechado cuando les descubrí lo cursileros. ¿Saben lo que me dijo uno? “Tú sí que sabes conjugar el verbo mujer”. ¡Y lo decía como un halago! Le contesté que si creía que yo mujía, que debería oírse rebuznar. Porque no crean que siempre recibía, ¿eh? Esos hombres tienen tanto poder que también les gusta que los posean. Todos queremos cambios. Así son las fantasías, lo que una no tiene lo desea. Hacer los dos papeles cuesta más caro, no cualquiera. Y, bueno, están los disfraces. ¿Por qué creen que me dicen la Mariposa? Esos generales tenían imaginación, hay que darles eso. Estaba toda emperifollada cuando llegaron los azules. Algún envidioso chivó, es obvio. Pero al final sólo nos agarraron a nosotras. Yo creo que por eso terminé hasta acá, porque de la Jota en Lecumberri todo sale hacia las calles, y no querían que cantara los nombres. Pero ya basta de mí, Tomita San está muy calladito. ¿A ti por qué te trajeron, querido?

—Por hacer tamal de niño —contestó degollando al feto para comenzar a filetearlo—. Misma razón por que estoy en la cocina.

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