Talleres

Pero dejemos por un momento a los grandes personajes, abandonemos esos arcos narrativos pretenciosos y complejos para acercarnos al ciudadano de a pie, ése que está siempre en el fondo y que llega a confundirse con la escenografía, pero de cuya existencia impecable depende toda la verosimilitud de la historia. Recordemos que aquí deben vivir 300 colonos. Tomemos como ejemplo a este hombre, el que camina con el saco de chatarra al hombro. Díganos, ¿cómo se llama usted?

—¿Yo?

¿Ve a otro hombre con un saco de chatarra al hombro?

—No...

Entonces hablamos con usted. ¿Cómo se llama?

—Hombre Con El Saco de Chatarra.

Descriptivo... ¿Y qué puede decirnos de su chatarra?

—Me la dieron en un saco y me dijeron que la trajera por aquí.

¿Acaso la lleva al taller de herrería? Debe tener una función fascinante.

—Tal vez.

¿Cómo que tal vez?

—En realidad no lo sé.

Oiga, ayúdeme, estamos intentando entrar en la sustancia de la trama, indagar más allá de lo que el autor quiere mostrarnos. Buscamos el andamiaje, aquello que lo sostiene todo. Si usted no sabe lo que hace, el teatro se nos desnuda pronto. Me niego a creer que habitemos un mundo creado con pereza, con escenografías que no sean más que carcazas vacías tras fachadas engañosas.

—Mire, a mí sólo me encargaron llevar este saco por aquí. Es un trabajo fácil y nunca sobra un dinerito extra. No mencionaron nada más, ni siquiera se supone que tuviera líneas. Lo siento —se excusa torpemente y se aleja enfurruñado, con lo que nos obliga a terminar aquí el capítulo.

Así nunca va a conseguir un mejor papel.

Compartir:

Escríbeme

Salúdame, pídeme cosas que no te voy a cumplir. Lo que sea.

hugo@hugolabravo.com