Dirección

–Venga, siéntese a comer conmigo.

Emilia dudó un segundo si había escuchado correctamente. Se convenció cuando se dio cuenta de que estaban completamente solas en el comedor. Se buscó una excusa en las bolsas del mandil.

–¿Su esposo no viene?

–Está muy ocupado comiendo en otro lado.

Emilia terminó de tentarse el mandil y perdió la vista en un punto indefinido entre la cabeza de Electra y el candelabro de ocho bombillas.

–Venga, le digo. Aproveche que hay carne. Eso que les dan a ustedes no puede llamarse alimento.

Emilia se sentó rendida y algo molesta por su falta de creatividad. Entró Tomita San con el platón de la sopa, la vio a la mesa y volvió sobre sus pasos. Regresó con otro servicio. Hubo sopa de lentejas, como siempre en los comedores, pero ésta tenía tocino, salchichas, plátano macho. Emilia la engulló sin emitir palabra. Después vino el plato fuerte: pollo a la plancha con chayotes hervidos al gratín de guarnición. Se esmeró en cortarlo lentamente para no delatar su hambre descubierta. Electra aprovechó un chirrido de cuchillo para iniciar la plática.

–Me dicen que es usted comunista.

–Nos dicen los Rojos…

–¿Sabía que yo estuve en la Unión Soviética?

–Ah…

–Es horrible. No puedes encontrar nada. Falta hasta el café. Y la gente te lo dice de la manera más natural del mundo: “Hoy no hay café”. “Hoy no hay pollo”. “Hoy no hay pan”, como si hablaran del clima.

–¿Por qué fue a la Unión Soviética?

–Mi padre nos llevó para que viéramos cómo era una revolución fallida.

–Fueron a buscar una revolución fallida y terminaron por encontrarla.

–No hubo que buscar mucho, ahí todo mundo se muere de hambre.

–Aquí también, y yo no veo a nadie gritar que estemos en una revolución fallida. Perdón: sí los veo, pero nos callan.

–Entiéndalo, aquí no se muere todo mundo de hambre.

–Diez millones, ¿se le hace poco?

–Mejor la mitad que todos.

–Pero en la Unión Soviética tampoco son todos.

–No, está el Politburó con vodka y caviar diario, los muy hipócritas.

–Como nuestros diputados y senadores.

–En todos lados hay corrupción. La gente huye de la Unión Soviética.

–La gente huye de aquí también, les dicen braceros.

–No es lo mismo.

–Claro que no lo es. En la Unión Soviética todo mundo sabe que el problema es el mal gobierno, mientras que en el capitalismo nos tienen convencidos de que la miseria es culpa de los miserables. Ésa es la gran diferencia. Allá el gobierno los retiene para sacar todos adelante al país, aquí los despiden contentos, váyanse, váyanse nomás, nos mandan muchos dólares. Es de dar asco.

–¿Usted ha estado en la Unión Soviética?

–No.

–Yo sí, y es horrible. No puedes encontrar nada. Falta hasta el café…

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