Políticos

–¿No está el Moi? –preguntó Emilia cautelosa, antes de resbalarse en la hamaca.

–Fue con el Niño para afinar los detalles –contestó Andrade.

–Dímelo al chile, ¿no te emputa que te ande mangoneando todo el tiempo? Tú eres más chingón que ese pendejo.

–Me halaga, compañera, yo más chingón que Moisés, en serio no, digo, me gustaría, pero en esto de la lucha hay categorías, yo a Moisés lo estimo mucho, lo respeto como compañero y como dirigente, hay cosas que ha hecho que no tendríamos de otra manera, lo del motín de Lecumberri, que fue un gran logro para la izquierda, nunca se había visto algo así, que se retara a la autoridad de esa manera, además

–Alto, cabrón, para –lo detuvo Emilia con dos dedos sobre los labios, como quien busca remediar la fuga de una presa–. En primer lugar, no me digas “compañera”, que no estamos en una pinche asamblea.

–Si yo no lo digo por las asambleas –se defendió Andrade.

–¿Entonces por qué?

–Por un poema. Bueno, por varios –explicó un poco receloso.

–¿Ah, sí? ¿Por cuáles?

–No los conoces, seguro, pero son eminentemente latinoamericanos. Algún día van a decir que son cursis. Pero ya nos salimos del tema, yo decía que Moisés es un gran militante, necesitamos gente como él en la dirigencia.

–Y sobre eso –volvió al ataque Emilia, olvidando la tangente abierta–: No necesitamos gente como él en la dirigencia, al contrario. No mames, lo de Lecumberri fue un berrinche, una explosión que ya se venía, que no hubiera sucedido antes no habla bien del pinche Moi, sino mal de la bola de pendejos que vinieron antes. No, Andrade, la gente como el Moi sólo trae verticalidad y culeradas.

–Puede que tenga un carácter fuerte –Andrade intentando conciliar–, pero

–Es un intransigente.

–Hay líneas que no hay que cruzar, sobre todo ahora, yo entiendo lo que dices, pero la dirigencia no puede ceder en ciertas cuestiones porque todos les saltan encima.

–No es cuestión de cruzarlas o no cruzarlas –se desesperó Emilia–; él las tuerce.

–Pero si la Revolución se trata de reinventar las reglas –sonrió Andrade, encontrando por fin asidero.

–Pues sí, pero no de ese modo, no me chingues. El Moi no está reinventando nada, representa al viejo Partido disfrazándose de quinceañera. En el momento menos sospechado te sorraja una limpia estalinista.

–Sí, el Partido tiene sus problemas, pero

–Pero nada. Mira, yo le conozco sus corruptelas y tejemanejes desde adentro. Su pinche convenencierismo putrefacto. Llevo más tiempo adentro de lo que te imaginas. Si ni querían admitirme. Se quejan de Cárdenas con su socialismo de huevo tibio, diciéndole que sí a todo mundo, y no ven que también tienen los prejuicios de siempre clavados hasta el espinazo. Me cae que les gusta el pinche palo podrido y nomás se remueven pa’ gozarlo más dentro.

Andrade calló porque sospechó lo que venía. Y no era común ver a Emilia abrirse en confidencias, así que se tiró un poco de costado y la abrazó con su silencio que quería ser cómplice.

–Así de mucho los conozco –dijo ella después de un rato. Le extendió un papel doblado que traía escondido quién sabe en qué pliego de su ropa. Era un recorte gastado de mimeógrafo.

Andrade lo leyó como solía, saltándose un renglón a la vez porque sostenía que siempre sobraban las palabras, que el argumento estaba en otro lado. Terminó de un vistazo.

–“No hay Revolución sin Revolución Sexual” –se burló–, qué bueno que la censuraron.

–¿No estás de acuerdo? –respingó Emilia.

–No es eso, es que hay cosas más urgentes.

–¡Pero si es lo más importante!

–Para ti todo es importante, y luego ya no sé cuándo vamos a tumbar a la burguesía.

–¿Entonces quieres quedarte malcogido toda la vida?

–Pues ya estoy haciendo algo al respecto… –insinuó pasándole el brazo bajo la cintura.

–Pero yo te voy a dejar tarde o temprano –se soltó enérgica–. ¿Y entonces qué vas a hacer? Además de llorarme en poemas, pinche Cursino.

Andrade se quedó cabizbajo. Justo en el blanco. Emilia se iba a remover incómoda, pero luego pensó que de qué chingados tenía que arrepentirse y se quedó como estaba. Cundió el silencio hasta que:

–¿La otra eras tú?

Emilia asintió.

–¿Entonces qué haces aquí? –preguntó, él sí, removiéndose incómodo en la hamaca.

–Chingá, odiar al patriarcado no es odiar a los hombres. Hay muchas compañeras que lo confunden y terminan hechas un desmadre. Al chile a mí sí me gusta la verga, qué chingados.

–¿Interrumpo? –ironizó el Moi desde la puerta.

–Ya me iba –se paró Emilia–. Igual creo que te prefiere.

Salió sin despedirse, su silueta se delineó apenas el tiempo suficiente para existir antes de asimilarse a la sombra sin cuartel de la noche salinada.

–¿Y ésa qué se trae? –preguntó Moisés–. ¿A poco ya es fecha?

–No le gusta lo del Niño –contestó Andrade, demasiado inquieto para la diplomacia.

–Ni me digas.

–¿Cómo fue?

Moisés respiró hondo. Habían sido horas arduas de negociación y planes, de buscar el rabo escondido que el Niño pudiera jalar y subvertirlo todo. Nunca había trabajado tan de cerca con alguien a quien no le tuviera confianza. El Partido era diferente, ahí el fin último estaba claro aunque no coincidieran los detalles. Aquí, sólo los medios coincidían. Y entonces,

–Antes del fin vamos a tener que deshacernos de él.

Andrade se incorporó de su modorra. Habló con tono serio, tan bajo como habían aprendido desde que el Niño se les presentara.

–Él es la fuerza, controla a las bases.

–Ése es el problema. Tiene la posibilidad de lograr algo inmenso y quiere reducir el motín a una gran distracción para consumar un atentado.

–Él es un capo, lo que Marx llamaba un lumpen. No le importa la ideología, está encerrado en instintos primordiales. Peor, tiene aspiraciones burguesas. Engels decía que desaparecerían con el viejo régimen, pero nunca sugirió la eugenesia social. Parece más bien que quería unirlos a las fuerzas de trabajo con la presión de quitarles medios de subsistencia.

–Tú y tu teoría, Andrade, nos vamos a meter en una guerra. Deja eso para cuando gobernemos este lugar.

–¿Entonces sí quieres llevarlo hasta el final? No fue lo que hicimos en Lecumberri. Los motines sirven como llamadas de atención, reclamos de justicia para que los de afuera vean la podredumbre del régimen. Tienen un rango de acción limitada.

–Ya no estamos en Lecumberri. Las islas son prácticamente autosuficientes. Podríamos construir algo.

–Estaríamos en una isla rodeada de enemigos. El Estado no va a permitirlo, sin hablar de los yankis.

–Completamente aislada. Es perfecto.

–Nos van a embargar y empujar a una dictadura.

–La dictadura del proletariado.

–Tendré que dejarme la barba.

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