Punta Morelos

El Cantil venía pateando piedras por la carretera, pensando. Algo tendrían detrás las advertencias del Cuchillo. Nunca lo había creído un cobarde, y le había hablado con miedo. Se había negado a decirle dónde buscar al hombre de la mariposa. Nadie más le había dado razón. Todos con la misma actitud, todos sin querer tener nada que ver en el asunto. Recorrió el campamento repitiendo la historia. Como un loco, así lo veían y así lo trataban. Pero él estaba seguro, veía la oportunidad florecer ante sus manos. Sólo necesitaba estirarse un poco y arrancarla. Por fin logró una confesión.

—Nadie quiere ir a Punta Morelos.


Encontró a Papilló sentado en un desfiladero, mirando hacia San Blas.

—Tú puedes casi verlo haciendo un esfuerzo —dijo sin quitar la vista del horizonte—. Es bello, ¿no? Toda esa mar que nos tiende los brazos. ¿Ya está, tú te has decidido?

—Sí. Quiero salir. Quiero hacerlo ya.

—Pues hazlo —lo invitó con la mano.

—¿Estás loco? —preguntó asomado al precipicio—. ¿Así nomás?

—Sí, así nomás. Yo sé de qué hablo, yo me he escapado tres veces y he hecho tres otras tentativas: el plan el más eficaz es el plan el más simple. La séptima ola es la más potente: es ella la que hace falta atender. El agua es más profunda, no te lanzarás contra las rocas. La fuerza de la resaca te alejará de los arrecifes. Tú sabes nadar, es tu sangre bífida quien me lo grita. Salta y arribarás a buen puerto, yo te lo garantizo.

El Cantil miró con sospecha las olas a sus pies. Nadar. Se tardaría por lo menos dos días. Sólo dos días. Sólo dos. Después de eso, libertad. Otra vida y otro nombre.

—Salta, Atezcacoatzin.

Miró al hombre de la mariposa en el pecho. Ése había sido su nombre. Todos los sueños se le aglutinaron tras los ojos. Eso era por más que huyera, culebra lacustre. Pero esta huida era distinta. Ya no más, sería la última, la huida verdadera, el cambio definitivo. Se quitó los huaraches y esperó la séptima ola. Aventó el sombrero y se lanzó tras él. Durante varios segundos voló. Tocó el agua salpicado de dolor. La piel se le desgajó. Perdió el rostro. Se fue pelando mientras entraba en las olas. Libre del cuero y las extremidades, se alejó serpenteando.

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