Comedor

—Yo le juro, teniente Juárez, digo, Suárez, que no fue con mala intención. Estábamos todos en el rancho, a puro tuparle sabroso, porque lo que sea de cada quien esas monjitas le saben, cuando se levantó un alboroto en la cocina. Gritaban como si se las estuvieran cogiendo y no les gustara. Disculpe, teniente, disculpe, pero así sonaba. Y todos nos levantamos, porque a las monjitas las queremos, que es la pura verdad, ¿y no vengo viendo tamaño ratón, rata, pues, pero ratón, que brinca y sale corriendo por entre las mesas? Pos que todos saltan, y las monjitas gritan, y unos se ríen y otros agarran la escoba. Comienza la corredera, pues. Yo me monté a una silla y empecé a hacer pa’ lo que soy bueno. Desde allá arriba la tanteaba a la rata y madres, cuchillada. Que por eso me dicen el Cuchillo, ¿no? Pero la pinche rata, disculpe, teniente, la rata ésa era como si me supiese, a cada filo que tiraba le tanteaba la manera, saltaba, se iba por la izquierda. ¡Era acróbata, la rata! Y de nada servía que yo la apreviniera, si el filo no le iba recto, ni se movía. ¡Me sabía, le digo! Pos resulta que ahí iba la rata, dejando filos clavados por todos lados, y otros cuatro atrás con la escoba, hasta que pasó por frente de Sor Esco y pus no la vi, yo andaba fijo con la rata, y le fue a caer el fierro en pleno pie. ¡Por eso digo que no fue con mala intención, teniente! Si yo a esa monjita le pondría un altar si me dejaran… De lo otro, el Cantil tuvo la culpa, puede preguntarle a quien quiera. Me vio allá en mi silla tirando filos y me gritó: ¡Eh, Cuchillo! ¡Bájate de ahí, no seas marica! ¡Es una pinche rata! Le dije que a quién le decía marica, me dijo que a los que gritan como viejas cuando ven un ratoncito, le dije que yo era muy hombre, porque lo soy, teniente, y que si quería nos echábamos un tiro. Y ya ve que lo callé, teniente… porque, la mera verdad, yo sí prefiero echarme un tiro a que me toque una pinche rata.