Distrito Federal

–¿López? ¿El Sr. López?

Cinco cadetes se levantan. El sargento vuelve la vista a sus papeles.

–Busco a Jorge López Araiza y del Corral.

Un cadete más se levanta y saluda.

–Presente, señor.

–¿Por qué no se levantó con el primer grupo, cadete?

–Porque no soy López, señor, soy López Araiza.

El sargento suelta una mueca irritada.

–Acompáñeme a la dirección –le ordena cortante.

Caminan por los pasillos del Cuartel de San Esteban hasta llegar a la oficina del director. El joven va desconcertado, primer día de clases y ya se hizo notar. Él que esperaba una carrera tranquila, graduarse rápido y ahora sí, hacer lo que le entrara en gana. Pero va a ser difícil. El director es un hombre de mirada severa. Lo recibe seco.

–¿Usted es hijo del coronel Enrique López Araiza?

Así que no basta con irse a Transmisiones para que la sombra de su padre no le caiga encima. Es el ejército, a fin de cuentas. Una familia enorme y celosa.

–Sí, señor –contesta hastiado.

–¿Cree usted que el rango de su padre le da privilegios? ¿Que puede burlarse de mí? Yo también soy coronel, lo sabe.

–No, señor. Sí, señor. No me estoy burlando, señor.

–Está usando un nombre falso, lo cual es todavía más grave.

–Me llamo López Araiza, señor. No López.

–No me refiero a eso, cadete –lo regaña el coronel, irritado por la misma prepotencia que le conoce al padre–. Me refiero a su nombre de pila.

–Jorge López Araiza y del Corral, señor. Así siempre me he llamado.

–E insiste con sus mentiras. Vamos a tener problemas usted y yo, cadete. Dele los papeles, sargento.

El joven recibe los documentos. Primero está el formato de inscripción, escrito con su puño y letra. Exactamente igual que lo entregó, pero con su nombre circulado en rojo. Después viene su acta de nacimiento, que le pidieron al inscribirse. Es la suya, no hay duda: misma fecha y hora, mismos padres. Pero en el nombre se lee:




Hugo López Araiza y del Corral




La mira consternado. Después voltea hacia el coronel.

–¿Algún hermano gemelo del que no nos haya dicho, cadete? –le pregunta burlón.

La sonrisa del coronel lo ofende. Después de todo parece que sí tendrán problemas. De golpe recupera la compostura, arrebata una pluma del escritorio y garabatea sobre su formato de inscripción. Se lo da al director con un saludo.

–Hugo Jorge López Araiza y del Corral, señor. No ha habido confusión.

El director no parece impresionado.

–Tiene suerte de no haberlo hecho en el acta, cadete –lo recrimina mientras guarda su expediente–. Tome mi consejo: deje de mentir, deje de tener la razón. Porque no la tiene, Huguito. Su papi no va a protegerlo para siempre.

El joven vuelve a clase con una circunvolución girando frenética en el cráneo humillado. Tal vez fue mala idea entrar a Transmisiones. Pero las opciones eran escasas. Y tiene que hablar con su madre, no le puede permitir esta burla de años. Ya no es un pichi para que le siga viendo la cara.

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Salúdame, pídeme cosas que no te voy a cumplir. Lo que sea.

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