Distrito Federal

La palabra, como medio para unificar las tendencias. La acción, como medio para establecer los principios de la vida práctica.
P. G. Guerrero

"Verbo Rojo"

Agrupación Anarquista

Apartado Postal 1056

MEXICO D.F.

Tendría que describirla para que ustedes comprendieran, compañeros. Tendría que pararme en cada uno de sus lunares para que exploraran la cartografía de enloquecida en la que me perdió. Tendría que convertirla en país, convertirme en exploradora. Tendría, en el fondo, que narrarles un relato de aventuras. ¿Y no es esta Revolución una aventura, compañeros?

La conocí como se conoce a la gente en estos casos, un poco a la loca. Una tiene una amiga que también ha hablado con otra que tiene estas mismas preocupaciones, que también está en la lucha. Pero lo estoy simplificando, no son sólo amigas: hay hombres metidos en la mezcla, aunque resulte extraño. Una tiene una amiga que conoce a este tipo que le ha hablado mucho, que estaba un poco enamorado del del altavoz, y el del altavoz conoce a todo mundo, pero sobre todo a esos tres que entraron juntos y que se separan apenas. Ahí está ella. La vi, pequeñísima, y quedé prendada de ella. La mera verdad, es fea, pero tiene algo ligeramente extraño, un rostro de niño perdido que resulta magnético.

Le hablé y se mostró recelosa, seguramente por la experiencia que yo rezumaba. Es difícil para algunas mujeres encontrarse con alguien como yo. Sobre todo es difícil admitirse atraídas. Porque había atracción, de eso no hay duda. Sólo fue cuestión de sacarla a flote. No los voy a aburrir con los detalles porque en el fondo todas estas historias son la misma historia. Sólo sepan que, lentamente y con las copas que hay siempre en las reuniones del Partido, fui venciendo su resistencia.

Me le metí al cuarto usando tretas que prefiero no explicarles. Y digo cuarto porque eso era: cuatro paredes sucias, un baño enmohecido y sin puerta, una cama desvencijada, la mesa de la dinastía ocupando la mayoría del espacio y ni el más mínimo signo de una cocina. Su cuarto era nuestra clase obrera, compañeros, nuestro estudiantado convertido en proletario. Se volvió obvio que no teníamos más que decirnos, que nuestros cuerpos querían tomar la palabra.

La alcé en vilo –era tan pequeña– y me llenó de besos. Me comí su cuello. No la iba a soltar nunca, mis brazos estaban fijos bajo sus nalgas. Se retorcía deliciosamente; me obligó a sentarme y practicar el abrazo errante, palmas en toda la espalda, torsos buscándose el resquicio mutuo. Nos arrancamos las blusas. Hay una cierta perversidad en la amistad de los pezones. Comenzó a lamerme. La dejé hacer. Mis senos fueron su ícono. Nos besamos furiosamente tiradas de costado sobre la cama. Me buscó el cinturón, pero no pudo quitármelo porque lo uso de lado y oprimía la hebilla contra el colchón. Me reí y le levanté la falda. Sus calzones se escurrieron perfectamente lubricados.

Ella también me desnudó. Procedimos a devorarnos. Se puso sobre mí. Lamió lentamente mi pecho, mis costillas, me hormigueó en oleadas. Se detuvo en mi ombligo. Subió. La alcé y la puse debajo mío. Hicimos lo que ustedes se imaginan sin decirlo, compañeros. Gozamos nuestros cuerpos. El cuarto resonó con la ira de dos amazonas aprendiendo a cazarse. Fuimos víctimas. Amor húmedo, rojo, ansioso. Guerrilla entre las sábanas.

Al día siguiente, tomadas de la mano en la marcha. No hay Revolución sin Revolución Sexual, compañeros.

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