La víctima

Serguéi llevaba semanas preparando al público para que lo odiara. Ígor, Marie y Váslav lo sabían: ellos llevaban meses haciendo su parte. Las risitas veladas que recibieron la introducción no lo sabían, pero llevaban toda su vida preparándose.

El telón se abrió. Lolitas patizambas con largas trenzas emergieron. Las risitas se transformaron en bufidos. La música comenzó su ritmo esquizofrénico. Lolitas patizambas lo saltaron. Los bufidos se indignaron. A una señal de Marie, el círculo de lolitas se abrió. Dejaron sola a la del centro. Y quedó abandonada, asustada, los dientes chasqueándole durante diecisiete compases y tres cuartos.

El telón se abrió. Lolitas patizambas con largas trenzas emergieron. Las risitas se transformaron en bufidos. La música comenzó su ritmo esquizofrénico. Lolitas patizambas lo saltaron. Los bufidos se indignaron. A una señal de Marie, el círculo de lolitas se abrió. Dejaron sola a la del centro. Y quedó abandonada, asustada, los dientes chasqueándole durante diecisiete compases y tres cuartos.

–¡Un doctor! –gritó alguien desde la platea.

–¡Un dentista! –lo corrigieron.

–¡Dos dentistas! –remataron.

La orquesta se ahogó en la carcajada. Los murmullos se transformaron en gritos. Los caballeros azotaron sus bastones protestantemente contra el suelo. Las damas se abanicaron con los ojos en blanco.

–¡Váyanse al diablo! –los envió Ígor desde su asiento–. Permiso, messieurs et mesdames –y salió de la sala.

Fue la declaración de guerra. Los bohemios acallaron a los elegantes. Los elegantes los golpearon. La orquesta siguió frenética los movimientos de batuta. Los danzantes entraron en trance. Váslav desgañitó tiempos desde las bambalinas. Marie jaló con su baile al resto de la coreografía.

Serguéi encendió las luces de la sala. Sólo acentuó la hecatombe. Los puños encontraron sus rostros. Los dedos maltrataron las cabelleras. Entró la policía, confundida. Tomaron a cuarenta al azar, pero los modernos se convirtieron en vanguardia, corrieron a las puertas y atrancaron el paso. Nadie veía ya a las lolitas, que se deshacían en pasos angulosos y extroyecciones de antología. La lucha se centró en la periferia, con los defensores del arte empeñados en que los otros lo experimentaran aunque tuvieran que hacerlo inconscientes. Y las levitas fueron manchadas. Y las tiaras de plumas, retiradas. Los músicos se refundían para esquivar lo que unos cuantos les lanzaban mientras descifraban la partitura.

Un haz de oscuridad irrumpió la batalla. Todos corrieron hacia la puerta entreabierta. Los vomitó el teatro hacia la calle angustiada por el inicio de siglo. En la sala terminaron el resto sus partes. Quedaron congelados en su jadeo y su sorpresa. En su euforia.

Serguéi e Ígor salieron de los costados del escenario. Váslav los acompañó, y jaló a Marie del piso para pasar a la platea. Los cuatro recorrieron las filas de asientos descompuestos, las prendas arrancadas, las manchas de fluidos.

Doblado sobre un respaldo estaba el despojo de una niña.

Se miraron satisfechos. Era la más bella, la mejor virgen que habrían podido desear.

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