Zona del perro

María Concepción Tlatempa llega por fin al Zócalo. Es la quinta vez en cuatro meses, o la sexta, o la octava. No importa. Ella y los demás llevan desde septiembre caminando. Cada vez tienen menos dinero para mantenerse en la búsqueda, pero nunca tuvieron lo suficiente. Sienten que la gente los odia por ocuparles las calles, pero de todos modos marchan. Saben que el presidente no les va a hacer caso, pero igual insisten. Es una lucha hecha de peros. Como todas. Como todo lo que han hecho desde que dieron a luz en esa tierra ingrata. Los zurcos sin lluvia y el pueblo sin gente y la autoridad sin pudor y el narco sin topes y. Y sus hijos se metieron de maestros para quitar sines. Los pocos que se pudieran. (Ya nadie se acuerda que el suyo por poco no, que el suyo por poco y fue médico). Y ahí estuvieron, gastando los huaraches y las voces y las ganas. Y aquí están ellos ahora. Porque les dijeron que para que algo se oiga se tiene que decir en esta plaza. Pero es la zona del perro.


–Sí Joaquín nos informan que los padresdelosnormalistas y la secretaríadegobernación con la pegeerre no han llegado a un acuerdo, esperemos que la manifestación continúe de formapacífica aunque ya se ven actosvandálicos, volvemos contigo Joaquín.

–Muchasgracias Mónica, en otras noticias el primerministrodeisrael dio un nuevo comunicado sobre la tragediadecharlie y el preocupante crecimiento del estadoislámico…


Desde el helicóptero se ve todo color de hormiga. Están nuestros hombres, claro; pero del otro lado hay un muladar de colores que no me gusta para nada. Se alcanzan a ver los tubos y los palos. Las botellas que encienden. ¿De dónde salieron todos ésos? Tengo que dar la orden pronto y me entra un miedo de aquéllos. El piloto no se tiene que dar cuenta. Nadie se tiene que dar cuenta. Pero tengo que dar la orden y me estoy cagando.


–Estoy en Isabel la Católica con República de Uruguay, donde los granaderos ya cerraron el acceso…

–Pero yo sólo quiero entrar, poli…

–Ire, señito, ya le dije que la zona está cerrada, nadien entra ni sale.

–Es sólo para cerrar mi negocio.

–Dígaselo a los manifestantes.

–Oiga, poli, yo vivo ahí dentro. Aquí está mi ife, ire.

–¿No oyó lo que le dije a la señito? Nadien entra ni sale.

–Yo soy prensa, oficial, déjeme pasar.

–Yo también soy prensa. Están cabrones, ¿no?

–Sí, pero ni pedo, entramos porque entramos. De todos modos lo estoy filmando todo. Déjenos pasar, oficial.

–Ya les dije: aquí nadien entra ni sale. Órdenes de arriba.

–¿En serio no hay manera, poli? Fíjese que mi negocito…

–Ya se lo dijo mi compañero, señito. No se puede. Pero dése la vuelta por allá, a lo mejor por allá la dejan.

–Estoy en Isabel la Católica con República de Uruguay, ya no se permite el acceso. Atrás de la valla hay policías tomándoles fotos a los que piden el paso. Vamos a rodear.


Oímos las botas y decidimos salir. Desde la escalinata del Palacio se ve la horda azul. Vienen por Eje Central, así que nos metemos a Madero. Nos agarramos de los codos y nos preparamos para lo que venga.


María Concepción pasa frente a catedral. (No se les ocurre que es un buen muchacho, misa los domingos y confesión los jueves). Ya no hay marcha ni mitin, ya la masa de gente se mueve por impulso. Es el miedo. Oye los cohetes y le preocupa que lo tomen como provocación. Le preocupan esos muchachos y lo que sus madres estarán mordiéndose en casa. Como cada marcha. Llegan, habla, siente que todos la están escuchando, que se emocionan con ella, que se enojan cuando se indigna, que el conteo y el reclamo son unánimes. Luego llegan otros, o son los mismos, y desquitan la rabia a patadas y pintas. (El suyo no es así, al suyo nunca le interesó la política). Ahora unos tiran cohetes y el resto se estremece porque ya sospecha a los granaderos. Ya alguien los vio acercarse por Monte de Piedad.


Es la quinta marcha que me toca al frente. Al jefe le gusta cómo opero. Desde que me vio el primero de diciembre lo dejé impresionado. Reducí a uno de esos escuincles a punta de chingadazos yo sola. Le metí el borde del escudo en la boca y lo obligué a que dejara de patalear. Santo remedio. Ni en la julia volvió a abrir el pinche hocico. El jefe dice que las mujeres somos más cabronas, y tiene razón. Así tenemos que ser. Hoy tengo al Pelón a mi derecha y al Ratón Pérez a mi izquierda, y sé que están rezando. Se les mueven los labios, aunque intenten esconderlo. Yo no tengo miedo. Muero de ganas por reventar a madrazos a esa bola de güevones.


Manotas preparó las molotov bien chido, la neta. Pero la idea de prender las barricadas fue mía. Con todo y que es de día se ven chingonas. Pinches puercos, a ver si se atreven. Acá los estamos esperando los que sí tenemos güevos. Nos los vamos a chingar, van a ver de qué está hecho el Cuadro Negro Anarquista. Los trotskos y los unamos ya se abrieron, por ahí van corriendo hacia Pino Suárez. Pero nosotros nel, nosotros nos quedamos hasta el final. Que vengan los puercos, a ver quién la tiene más grande.


–Está bien cabrón aquí, Nan, te juro que acabo de ver pasar una tanqueta.

–¿Y la caravana de los padres?

–Aquí estoy. No creo que aguante mucho…

–¿Qué vas a hacer? ¿Necesitas apoyo?

–Pues voy a inte

–¿Eli? ¡Eli!

–¿Qué pasó?

–No sé. Se cortó.

–Han de haber interrumpido las comunicaciones.

–Súbelo al feis, rápido.


JOSALFREDO PROLETARIO. Compañerxs: En vista de las acciones represivas tomadas por el Estado fascista, hacemos un llamado a todas las agrupaciones estudiantiles a la solidaridad total con los padres de los normalistas en lucha. En este momento se realiza una concentración en Rectoría. Ahí se decidirá el plan operativo. Compartan. Difundan. ¡Todxs por la presentación con vida de nuestros hermanos normalistas! ¡No a la Reforma Educativa! ¡No a la PRIvatización!

MEMO MEH. No mamen, váyanse a hacer sus revoluciones a otro lado.


Ya pusimos las barricadas y acomodamos los fusiles. Tenemos los ojos fijos en las siluetas de los generales en el centro de la calle. Hay una turba de curiosos en las banquetas. Algo grita el Gral. Reyes y cabalga repentinamente. Junto a mí, el Cnel. Morelos da la orden. Disparamos. Disparan. Casi todos los curiosos caen acribillados. El Gral. Reyes azota contra el empedrado. El Gral. Villar vuelve a nuestras filas, herido de un hombro. Algo avanza desde el otro lado. Son muchos, muchos más de los que esperábamos, y vienen armados con una suerte de escudos transparentes. Arremeten contra los civiles que aún quedan en pie.


El Ratón Pérez recibió un tiro en la rodilla y se retuerce como el marica que es. Nadien nos dijo que estos cabrones venían armados. Esto está de la chingada. Pero ni madres que me rajo. Jalo al Pelón y les grito a los demás. Corremos hacia la fila de tiradores. Agachados y con los escudos al frente, pa’ que no nos chinguen más plomazos. Igual perdemos varios más, pero casi todos llegamos al final de la cuadra y empezamos la madrina. Es bien distinto pelear contra culatazos y bayonetas, me cae; prefiero a los escuinclitos que creen que con un pinche tubo nos van a sacar la vuelta. Aquí un cabrón sacó una espadota y tuve que meterle la esquina del escudo en el ojo pa’ que no me rebanara.


Los coyotlacameh entran a la plaza dirigidos por Tonatiuh, que se ve hermoso con su escudo dorado, del color de su barba, y las plumas de su yelmo esplendente. Estamos bailando, estamos cantando, estamos festejando la veintena. El huey teopixquitzin moja con sangre el nenetzin de Huitzilopochtli, sus ayudantes comienzan a repartir los pedazos de amaranto humedecido. Los tambores se detienen: Tonatiuh y los suyos los han silenciado, han cercenado los brazos de los tañidores. Comienzan los gritos.


Ella sigue con la caravana. El altavoz no ha parado, porque no van a callarlos. (No podía callarlo cuando su Ame se llevó el campeonato). Van hacia la acampada frente a la PGR, donde dicen que dijeron que pueden continuar con su protesta. No entiende esto de las protestas organizadas, con permisos, firme aquí y allá y se hace responsable de los daños. (Jamás un daño, pero hay que ver qué responsable es su hijo). Cuando los primeros en saltarse el papeleo son ellos. Si por eso está aquí en primer lugar, por eso vinieron desde donde vinieron. A la zona del perro. Aquí todos gritan y corren. (Qué difícil imaginárselo a las cinco de la mañana, con sus Nike que fueron su único capricho, diario a las cinco para no perder el ritmo). Los policías están agarrando parejo, uno pasa a su lado correteando a un muchacho que trae al hombro una pesada mochila y en la mano un libro de Vasili Grossman. (No le cuesta recordarlo leyendo cualquier cosa, siempre le ha agarrado gusto al estudio). Pero no son los únicos, sospecha que oyó disparos más a la derecha y está segura de que vio a un tipo vestido de jaguar persiguiendo a otro con armadura.


Ni madres que me iba a mover de aquí, teníamos bien asegurada la barricada. Pero lo que no nos esperábamos era que nos atacaran por ditroit. Hijos de la chingada, se nos dejaron ir con sus gritos de película de apaches. Apenas me voltié y ya habían partido en dos al Manotas con una pinche macana gigantesca. Así que le estrellé la molotov en la jeta, agarré un tubo y me trepé al andamio. Comenzó a arder el cabrón. Agüevo. Pero del otro lado llegaron otros encuerados aventando lanzas y peleándose con los puercos que corrían junto a ellos. Se armó la pinche pelotera. Ya no entiendo ni madres, pero yo acá arriba nomás reparto tubazos de lo lindo. Van a ver de qué tamaño la tenemos los anarcos, hijos de la chingada. Sean quienes sean.


(Ya se perdió el Churro en donde el perro, ya se nos perdió Jesús Jovany. De entre todos éstos ninguno que sepa de sus dos hermanos y su sobrina. De las tardes que ha pasado trabajando con los tíos, con los abuelos, con cualquiera que le encarge pintar una casa, cosechar un rábano. No oyeron los consejos a su hermana, no te cases, estúdiale más, mejor, no vieron la mueca con la que le dijo que estaba embarazada, no sintieron la mano que le revuelve el poco pelo a la niñita que acabó aceptando. El Churro no está aquí, no lo hallamos con su bolsita de papas en la mano. No podemos constatar que prefiere los churrumáis a la bebida, y que por eso prefiere quedarse solo y llevársela tranquila. Se nos perdió el Churro, no lo tenemos por ningún lado. Que nos lo devuelvan).


–¿Me oyes, Nan? Yo no te oigo nada… Bueno, te voy a seguir hablando por si tú sí me escuchas. Ando corriendo por la plaza. A Fernando lo mató un güey con un escudo dorado y yo nomás pude correr. No mames, le abrió la panza como si nada. Si me escuchas tienes que difundirlo, está muy cabrón. Luego me cerraron el paso como cinco granaderos y comenzaron a manosearme, ya sabes cómo son estos puercos. Pero se les vinieron encima unos concheros. Ya no entiendo nada, por suerte un vato con bigote engomado me agarró del brazo y se ofreció a acompañarme a la catedral. Ahorita me anda viendo como si estuviera loquita por hablarte por el celular. A lo mejor lo estoy, quién sabe si me escuchas. Trae un sable desenfundado, Nan, ¿en qué momento comenzamos a matarnos?


No se ve nada, ni siquiera desde acá arriba. Hay mucho humo. Huele a pólvora y a copal. Cada que enciendo el walkie-talkie entra estática, así que ahora tengo el botón apretado y grito órdenes como degenerado. Grito que usen la fuerza, que no se escape ninguno, que el Estado tiene que imponer el orden a toda costa. Ya se me pasó el miedo. El piloto me dice que me agarre bien, que viene algo de la derecha. Un helicóptero militar pasa rozándonos y se pierde hacia el norte. Se oyen tiros en Tlatelolco.

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